domingo, 28 de enero de 2018

FELICES, POR LOS HUEVOS por Beatriz García Serrano

¿Cómo de grande debe ser el espacio en el que vive una gallina para no considerar que es una jaula? ¿Cuántos huevos puede poner al día para no ser tenido en cuenta como un abuso? ¿A partir de cuántos pollitos aplastados hasta morir en una terrible agonía podemos considerar que es una masacre? ¿Cuántos órganos y huesos pueden reventarle a una gallina para empezar a pensar que quizá le provoca dolor?, y dentro del dolor ¿qué cantidad de dolor genera sufrimiento?

A raíz de la campaña de marketing de Lidl sobre sus huevos felices he creído más que necesario hablar sobre la industria del huevo. Detrás de esas imágenes bucólicas con las que se aseguran de tranquilizar cualquier preocupación sobre los productos que llenan nuestra nevera, se esconde una realidad repleta de brutalidad.

Todas las gallinas ponedoras llegan a los corrales de las mismas empresas que proveen de pollitos recién salidos del cascarón a toda la industria. Camperos, ecológicos o industriales. Al llegar a la instalación, se colocan las cajas llenas de pollitos en la cinta automática. Los sexadores los examinan rápidamente. Tras el sexado, las hembras pasan a las cintas transportadoras que las llevarán a las granjas de ponedoras y los machos son triturados vivos o amontonados en bolsas de basura donde mueren asfixiados.

El enorme estrés al que son sometidas les provoca todo tipo de trastornos psicológicos (autolesiones, canibalismo). Para evitar las consecuencias, cortan sus picos con cuchillas ardiendo, navajas o un láser infrarrojo a más de 800º. Los picos de las gallinas son zonas sensibles, con receptores del dolor, por lo que esta práctica resulta extremadamente cruel para ellas.
Y, sorpresa, esto se lleva a cabo en toda la industria, la ecológicamente sostenible, con prados verdes y gallinas libres, también mutila a sus felices animales.

Pero si las gallinas ponen huevos ¿no?, obviamente sí. Lo que quizá desconocemos es cuántos huevos ponen. Las gallinas han sido tratadas genéticamente para aumentar su producción de huevos. De forma natural, sus antepasadas las gallinas salvajes, ponían una media de 12 huevos al año, concretamente en primavera. Actualmente y tras esa manipulación, las gallinas han sido forzadas a multiplicar sus ciclos de puesta, llegando en la actualidad a una media de 300 huevos cada año, es decir, 25 veces más que en la naturaleza.

Poner huevos es un proceso que requiere gran cantidad de nutrientes, principalmente calcio para la formar el cascarón. Para formar la cáscara de un huevo, necesitan emplear más del 10% del calcio de su propio cuerpo. Esto supone para ellas una grave descalcificación que se manifiesta en forma de graves osteoporosis, fragilidad en sus huesos que provoca que sus huesos se rompan con mucha facilidad y parálisis que hacen que mueran de hambre y sed por no poder alcanzar los comederos. El 80% de las gallinas de entre dos y cuatro años habrán muerto por cáncer de ovario.

En general, la vida de las gallinas “ecológicas o camperas” está llena de estrés y sufrimiento. Y cuando su productividad descienda, las meterán en una jaula, hacinadas, y las llevarán al mismo matadero donde degüellan a las gallinas desahuciadas de otras instalaciones.

Los huevos del 0, del 1, del 2 o del 3 conllevan una crueldad inherente. ¿Cómo enclaustrar con dignidad a quien quiere volar? ¿Cómo se puede esclavizar con justicia? Y después de todo, no me importa la forma de hacerlo, sólo me importa el hecho de que se haga.



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