miércoles, 20 de diciembre de 2017

LA ECHO DE MENOS por Desirée Sastre

     Recuerdo el día en que nací. Sentí mucho frío. De repente, me encontré en un lugar diferente, extraño, no tenía que estar encogido. Ya no sentía el latido de mi madre. Únicamente sentía el mío. Por primera vez entro aire por mi nariz y llenó mis pulmones. A partir de ahí nunca dejé de respirar. Aunque si que recuerdo que algunos días tuve que respirar un aire diferente, no me gustaba nada el olor, había demasiada suciedad a mi alrededor. Pero así era mi vida.

      Al minuto de nacer, de repente, cuando me sentía tan vulnerable, la sentí. Estaba junto a mí. Escuché su latido, era ella. Abrí los ojos y pude verla. Era mi madre. Era tan bonita. Sentí que la amaba y desde ese día no he dejado de pensar en ella. La echo tanto de menos.

      Esas primeras horas con ella fueron las mejores de mi vida. Era feliz. Me sentía querido, importante para alguien. Sentía que quería que el tiempo se parara para siempre en ese instante.

      De pronto, vi aparecer dos figuras altas y delgadas. Mi madre se puso tensa y yo supe que algo malo iba a pasar. Uno de ellos sujetó a mi madre. Ella se revolvía, se negaba a ser dominada. El otro, me agarró a mí. Sentí por primera vez lo que era el miedo. Me había cogido en brazos y me alejaba de mi madre. Yo la miraba y lloraba. Gritaba pero nadie atendió a mis súplicas. "Mamá, mamá, ayúdame por favor". Recuerdo escuchar a mi madre gritar, ver como hacía fuerza para soltarse, golpear a quien la estaba sujetando. De repente, ese ser cogió una barra larga y golpeó a mamá. Debió de hacerle muchísimo daño porque ella chilló muy fuerte, pero aún asi, ella no cesaba en su intento por venir hacia mí.

      Después deje de verla. Me metieron en un lugar muy oscuro. El cajón comenzó a moverse. Sentí lo que es la angustia, la incertidumbre de no saber dónde iba, de no entender nada. Cerré los ojos y pensé en mamá. Imaginé su cara, era tan bonita. Cuanto la amo. Ya la echaba de menos.

      Cuando acabó el viaje me sacaron del cajón rodante a empujones. Me hacían daño. Me negué a caminar por el miedo. Entonces, fue la primera vez que me pegaron. Sentí mucho dolor. No entendía por qué hacían eso, yo no les había hecho nada a ellos. Yo sólo quería volver con mamá y ser feliz.

      Acabé metido en un cajón con barrotes muy pequeño. Apenas podía moverme. Estaba asustado. Tenía mucho frío. Llamaba a mi mamá sin parar. Quería volver a ver su cara, sentir su aliento, su dulzura. La echaba tanto de menos.

      Ha pasado el tiempo. No se cuanto. Los días se me hacen eternos. No puedo moverme apenas. He crecido mucho, y engordado. Me duelen mucho mis extremidades. Casi no consigo mantenerme de pie. Los días pasan entre soledad y dolor. Nunca nadie ha vuelto a darme cariño, sólo me pegan si me niego a comer. Te necesito mamá. Necesito volver a ver tu cara, eres tan bonita. Te quiero y te echo mucho de menos.

      Un día me abrieron la puerta de mi cajón. Me sacaron fuera. ¿Volverían a llevarme con mamá? A pesar del dolor que sentía en todo mi cuerpo, la sola esperanza de volver a verla me hacía sentirme mejor. Volví a ser metido en un cajón que se movía. Estaba ansioso durante todo el viaje. Esta vez no estaba solo. Había otros como yo. Ninguno sabíamos dónde nos llevaban, pero teníamos ganas de que fuera a un sitio mejor.

      Finalizó el viaje. La puerta del cajón rodante se abrió. Allí no estaba mi mamá. Ahí sólo se escuchaban gritos de miedo y de dolor. El olor era intenso. Reconocí el olor de la sangre, la cual había brotado de mis heridas en varias ocasiones. Todos nos asustamos. No queríamos bajar. Nos empujaron y golpearon. Nos acercaban cosas que daban unos calambres muy dolorosos. "Por favor, ¿por qué nos hacéis esto? Dejadnos ir." Otra vez nadie me hizo caso.

       Tuvimos que entrar. Uno a uno fueron disparándonos en la frente. Mis compañeros caían al suelo. Yo les veía. Sentía que me iba a morir de miedo. Me llegó el turno. Miré a los ojos de aquel ser alto y delgado. Le miré suplicando su compasión mientras sentía el frío metal en mi frente. No hallé ni pena ni compasión en esos ojos. Su mirada era fría, tanto como el cañón que me apuntaba. Sonó un ruido muy fuerte, noté un dolor intenso y me desvanecí.

     Creo que algo ha ido mal. Los seres altos discuten entre ellos. Creo que yo no debería estar despierto, pero lo estoy. Escucho que hablan sobre las muchas veces que ocurre esto, y sobre lo difícil que se lo ponemos cuando nos despertamos y nos movemos. Les veo del revés porque ahora cuelgo boca abajo. Un gancho atraviesa mis músculos. Siento tanto dolor en todo el cuerpo que es terrible cada vez que tomo aire para respirar. Recuerdo la sensación de cuando tomé aire por primera vez. Que diferente fue.

     Un ser alto se acercó a mí. Siento el frío de una hoja metálica afilada en mi cuello. De manera rápida la desliza de izquierda a derecha. Veo mi sangre caer. El dolor es insoportable. Aún no se que les he hecho a estas personas para que se hayan portado así conmigo. Me voy sintiendo débil. Recuerdo el día en que nací. Hacía frío. Recuerdo cuando vi la cara de mamá por primera vez. Era tan bonita. Recuerdo su amor hacia mí. La única que me amó durante toda mi vida. La echo tanto de menos. Mamá, volveré a verte, ahora lo se. Ya no duele mamá, sólo tengo sueño y no puedo respirar. Adiós mamá. Te quiero.


      En tu vaso de leche, tu queso, tu filete, hay una historia igual que esta. En todos, ecológicos y no ecológicos. No hay una manera ni ética, ni feliz, de separar a una madre de su hijo, ni de matar a alguien que no quiere morir. Nadie merece esta vida. No participes en su dolor. Para tí es un pequeño esfuerzo. Para ellos supone la diferencia entre sufrir o no, vivir o morir. Ayúdales. Hazte vegan.

Desirée Sastre, Activista Vegana.
Madrid

En la foto: Alberto, Refugiado en Frente L.A. Santuario Animal




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